Año 1947. San Sebastián. Calle Garibay. Yo tendría unos doce años. Inconscientemente iba murmurando en voz alta mis pensamientos. De pronto una mano me agarró del hombro y oigo una voz que dice: ¡Chaval; hablar uno sólo en voz alta, es de locos!. Asustado miré hacia arriba -para mí era muy alto- gorra de plato. uniforme gris, porra y pistola al cinto, botas... Un gris. La autoridad. No se porqué eche a correr. Ésta frase y ésta imagen me han perseguido durante mucho tiempo, hasta que ya adulto -bastante adulto- leí en una revista de medicina, que generalmente las personas propensas a exteriorizar en voz alta lo que están pensando, es porque tiene un mundo interior muy rico. Desde entonces, hablo conmigo mismo, con los árboles del bosque, con las aves, con las olas... Y sonrio. J. Mensuro Abril 2016